Vacunas: Ciencia, Memoria y Responsabilidad Social

Por T.M. Ramón Vargas C.
Dirección Técnica, DAMS La Granja

Resulta desconcertante que, en pleno siglo XXI, aún existan personas que desconfían de las vacunas o rechazan su aplicación, olvidando que gran parte de la humanidad ha sobrevivido —y progresado— gracias a ellas. La vacunación no es una moda ni un experimento moderno: es el resultado de siglos de conocimiento, observación y evidencia científica acumulada.

Las enfermedades infecciosas no son nuevas. Las momias egipcias muestran rastros de sífilis y viruela, mientras que las atacameñas evidencian la Enfermedad de Chagas. Son patologías que han acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La diferencia entre ayer y hoy es que hoy tenemos herramientas para prevenirlas.

Las vacunas que actualmente se aplican en Chile, dentro del Plan Ampliado de Inmunización (PAI), son fruto de años de investigación y pruebas. Ya en el siglo VI a.C., en China, se inoculaban restos de pústulas de viruela para proteger a los niños. Y fue en el siglo XVIII cuando Edward Jenner, observando que quienes ordeñaban vacas no enfermaban gravemente de viruela, comenzó a inocular la variante leve del virus vacuno, creando así la primera vacuna conocida.

Y sí, «vacuna» viene de vaca, porque el virus inoculado provenía del ganado. Este hecho, tan simple como revelador, salvó millones de vidas.

Hoy, con enfermedades como el sarampión y la rubeola reapareciendo en varios países, el Ministerio de Salud ha emitido una nueva alerta reforzando la importancia de la vacunación. No es casual: el sarampión puede causar neumonías graves y muerte en menores de cinco años, mientras que la rubeola, contraída por embarazadas que no fueron inmunizadas, puede producir malformaciones, ceguera o sordera en el recién nacido.

Las vacunas no solo nos protegen individualmente, sino que también construyen una barrera colectiva, una muralla sanitaria que evita que enfermedades graves reaparezcan. Gracias a la vacuna SPR (sarampión, parotiditis y rubeola), más del 95% de la población está protegida de daños irreversibles como infertilidad masculina, complicaciones respiratorias o daños neurológicos en lactantes.

Por eso, frente a los discursos antivacunas, no podemos quedarnos callados. No es solo un tema de opinión o elección personal. Vacunarse es un acto de solidaridad, de memoria histórica y de responsabilidad pública.

Negarse a vacunar no solo pone en riesgo tu salud, sino también la de tus hijos, tus vecinos y toda la comunidad.

Porque cuidar la salud colectiva es también una forma de humanidad.